El arte ha sido una poderosa herramienta para reconstruir lo que ha ocurrido con los glaciares y montañas alrededor del planeta en los últimos ~700 años. Además de permitir una ventana gráfica al pasado, el arte ha permitido entender cómo evolucionó la percepción de la sociedad occidental respecto a ambientes fríos y montañosos de la Tierra. En este artículo haremos un breve repaso por los aportes de la pintura y la fotografía en el estudio y percepción de los glaciares de montaña entre los siglos XIV y XIX.
Montañas y glaciares como la morada del demonio
Durante los siglos XIV y XVII las altas cumbres eran lugares reservados para seres sobrenaturales. En Europa las personas tenían miedo de los Alpes debido a la superstición y creencias religiosas que rondaban en tornos a las montañas. Pues eran las altas cumbres donde residían demonios y dragones. Esto se puede ejemplificar muy bien a través de las pinturas góticas de la época. A comienzos del siglo XIV el italiano Duccio di Buoninsegna (1255–1319) retrataba las altas cumbres como la morada de Satanás. Di Buoninsegna tomó como testimonio los pasajes bíblicos, donde se señala que Cristo fue tentado por el demonio en el monte del desierto de Judea. Este pasaje le sirvió al italiano para inspirar su obra llamada “la tentación de Cristo en la montaña” (1308 – 11). De esta manera las montañas y las altas cumbres representaban la tentación y por tanto el conflicto para la religión cristiana. Y ante la tentación y el pecado, el castigo es inminente.
300 años más tarde algo similar ocurría en Chile. El año 1640, en plena guerra entre mapuches y españoles, el volcán Llaima (también se habla de que fue el volcán Villarrica) tuvo una excepcional erupción que, según el naturalista francés Claudio Gay (1847), “alcanzó las nieves eternas e hizo cocer los peces de los ríos”. La erupción fue retratada por el jesuita Alonso de Ovalle en su obra “Histórica relación del Reyno de Chile” (1646). Según el reporte del jesuita a la corona española, la erupción significó la expulsión del demonio de las tierras indígenas, cumpliéndose así parte del trabajo de conversión religiosa. Por otro lado, Claudio Gay creyó que la erupción hizo sentir a los españoles que eran atacados tanto cielo y tierra, viéndose así en total desventaja. Si bien un grupo de españoles lo reportaron como una señal de victoria, también se cree que el evento volcánico fue interpretado como un castigo de la naturaleza hacia los bandos en guerra. Algunos creen que el cataclismo volcánico podría haber persuadido a los españoles y a los mapuches para firmar el concilio de Quilín (1641), parlamento que buscó establecer las paces entre las partes en conflicto.
La percepción basada en la divinidad hacia las altas cumbres no cambió si no hasta el siglo XVIII, ya que tras la Reforma Protestante y la Revolución Francesa, el sistema de creencias de la sociedad europea y de la élite latinoamericana se modificó profundamente. Esto incidió en la disipación de los prejuicios religiosos hacia las montañas y en una apertura a conocer y colonizar paisajes que antes estaban clausurados.
Los glaciares en los inicios de la ciencia moderna
A mediados del siglo XVIII, y en el marco de la construcción de los estados nacionales, se llevaron a cabo exploraciones con fines científicos hacia los paisajes glaciales de Europa. Entre aquellos exploradores destaca el geólogo y explorador suizo Horace-Bénédict de Saussure (1740-1799), quien despertó el interés de la ciudadanía en los Alpes -y sobre todo del Mont Blanc- por medio de relatos e ilustraciones de glaciares que aparecieron en su libro “Voyages dans les Alpes” (1780). Tras Saussure, el Mont Blanc se convirtió en un foco de interés social. La gente quería conocer los paisajes descritos por el científico. La difusión de imágenes y relatos de las exploraciones de Saussure influyeron en convertir al Mont Blanc como la montaña más popular y mejor documentada de Europa durante el siglo XIX. Los relatos y pinturas del explorador se han utilizado para conocer la evolución de los glaciares en los Alpes franceses, italianos y suizos.
Al otro lado del océano también se estaban realizando exploraciones científicas que utilizaban el arte para retratar montañas y glaciares. El explorador y naturalista alemán Alexander von Humboldt (1769-1859) despertó el interés social -particularmente de la élite europea- acerca de los paisajes de alta montaña alrededor del mundo, tras recorrer los Alpes y los Andes (y posteriormente el Himalaya) recabando información para su proyecto de integración total del conocimiento. En pleno nacimiento de las ciencias modernas, Humboldt postulaba que todo el sistema natural se encontraba íntimamente relacionado y que, por lo tanto, había que descifrar dichas relaciones para entender el equilibrio del cosmos. Utilizando el método comparativo, Humboldt generaba y a la vez graficaba información científica del paisaje a través de un formato pictórico innovador. Su obra cumbre, “Naturgemälde” (1807), que según el propio Humboldt, es un intento de plasmar “la naturaleza como una totalidad viva” o “un microcosmos” en una página. Naturgemälde vió la luz tras la expedición de Humboldt al Chimborazo ecuatoriano (6.260 msnm) en 1802.
Otro científico notable que utilizó el arte para comunicar sus hallazgos fue el naturalista suizo Louis Agassiz (1807-1873). Agassiz fue quien acuñó la “Teoría de los Glaciares”, teoría que supone que los glaciares han sido más extensos en el pasado y que los paisajes de alta montaña deben sus formas al trabajo de hielos extintos. Agassiz generalmente viajaba con el pintor francés Joseph Bettannier, quien tenía la tarea de representar las observaciones geológicas de Agassiz en un formato atractivo y legible para cualquier persona. Los trabajos de Saussure, Humboldt y Agassiz, dan cuenta de la relación virtuosa entre glaciares, arte y ciencia. También, por supuesto, permiten entrever la riqueza que existe en el trabajo realizado entre distintas áreas del saber.
Pinturas de glaciares en el realismo romántico
Las obras de Saussure y Humboldt marcaron el auge del movimiento idealista-romántico europeo en el siglo XVIII y XIX. Dicho movimiento aglomeraba a intelectuales, científicos, artistas y políticos que cuestionaban el enajenamiento y distanciamiento del ser humano de la naturaleza. Asimismo, los intelectuales románticos establecieron críticas a la moral imperialista y a la degradación ambiental, urbana y poblacional que se llevaba a cabo por el desarrollo industrial. De este modo, pintores como Caspar Wolf (Suiza, 1735-1783), Jean Antoine Linck (Francia, 1766-1843) o Samuel Birmann (Suiza, 1793-1847) acudieron a las montañas y particularmente a los paisajes glaciales para encontrar una nueva estética que sirviera como inspiración a sus obras.
Las obras de los pintores románticos se caracterizaron por tener un realismo dramático que ensalzó la magnificencia de la naturaleza en contraste con la condición humana. Los pintores románticos dieron relevancia a la dimensión y luminosidad de los glaciares y las montañas. Generalmente estos paisajes fueron contrastados con el tamaño y fragilidad de las personas. La calidad y realismo de las obras de los románticos, impulsó a que pintores de esta vertiente fueran invitados a la mayoría de las campañas de exploración de los incipientes Estados-Naciones, pues los gobernantes querían retratar las conquistas de nuevos horizontes y realzar las bellezas del territorio. Así, el arte romántico jugó un importante rol en la promoción de una sensibilidad naturalista, en la educación e incluso en la configuración de identidades nacionales a través de sus pinturas y grabados.
El realismo de las pinturas románticas ha sido utilizado en la actualidad para reconstruir casi en detalle el comportamiento de los glaciares durante los últimos ~500 años en Europa. Gracias a las pinturas de Wolf, Linck o Birmann, hoy se sabe que los glaciares europeos tuvieron varios avances y retrocesos entre los siglos XVI y XIX. De hecho, varias de esas pinturas han permitido estudiar en profundidad las fluctuaciones glaciales que afectaron a Europa durante la denominada Pequeña Edad del Hielo (1300 a 1850). Las pinturas románticas han permitido conocer los cambios en el paisaje generados por la desaparición sostenida de la cobertura glaciar desde 1850.
Invención de la fotografía y glaciares
Con la aparición de la cámara fotográfica durante el siglo XIX, la captura de imágenes de paisajes glaciales se masificó y tomó nuevas orientaciones. La representación y el sentido dado a los glaciares en la época romántica cambió y se fue acercando cada vez más a un sentido geopolítico y de mercado. La complicidad entre poder, arte y paisajes glaciales llegó al punto en que el emperador Napoleón III y la emperatriz Eugenia de Montijo, quisieron realizar un ascenso simbólico al Mont Blanc para conmemorar la reunificación de Saboya con Francia en 1860. En aquel momento ya se encontraban disponibles las primeras cámaras fotográficas, las cuales garantizaban exactitud respecto al registro. Los hermanos Louis Bisson Frères y Auguste Bisson Frères, dos de los fotógrafos más conocidos de la época, acompañaron a la pareja real y a sus sesenta guías para retratar el icónico momento. Sin embargo, Napoleón y la Emperatriz no lograron su objetivo. A pesar del fracaso los hermanos Bisson Frères no se dieron por vencidos y volvieron al Mont Blanc en una segunda expedición el mismo año. Las imágenes tomadas por los Bisson Frères dieron inicio a la documentación fotográfica de los glaciares alpinos.
Al igual que las pinturas, las fotografías son un excelente registro para comparar el cambio de los glaciares en el tiempo. En la actualidad, la fotografía sigue siendo un valioso recurso para estudiar y retratar glaciares. Una de las técnicas más comunes para entender el cambio de los hielos es comparar antiguas fotografías de glaciares con la situación actual. Esta técnica sólo demanda encontrar el punto relativamente exacto de la fotografía de referencia. Estos registros, si se encuentran de forma sistemática, permiten entender la tasa de retroceso de los hielos y cambios en la morfología de las montañas.
Lamentablemente en América latina, y particularmente en Chile, carecemos de abundancia de fotografías tomadas a finales del siglo XIX o comienzos del siglo XX. Pero hay excepciones. Como es el caso de algunos exploradores tan notables como el Padre Alberto de Agostini, quien registró con su cámara fotográfica los paisajes de Patagonia a principios del siglo XX. Las fotografías de Agostini hoy se han utilizado para reconstruir el cambio de los glaciares en la región austral. Las fotografías y objetos de exploración del religioso se guardan en el Museo Salesiano Maggiorino Borgatello de Punta Arenas. A pesar de los registros de Agostini, aún queda un vacío de información por llenar a lo largo de todo el territorio nacional respecto a los últimos cientos de años de los glaciares y montañas en Chile. El desafío es, por lo tanto, encontrar esas fuentes que nos permitan entender la evolución reciente de nuestros glaciares y montañas.
El arte, a través de la pintura y la fotografía, han sido y siguen siendo un aliado fundamental en el conocimiento y difusión de lo que ocurre con los glaciares alrededor del globo. Gracias a las pinturas hoy sabemos con cierto detalle qué ocurrió con los hielos europeos en los últimos ~700 años. También podemos saber cómo ha evolucionado la percepción de la sociedad occidental respecto a los glaciares y sus ambientes montañosos. Durante los últimos 100 años la masificación de la fotografía y su enfoque en ambientes en glaciares y montañas, han logrado reconstruir en detalle el comportamiento de los hielos y comunicar a la mayoría de la población lo que ocurre en lugares remotos, transformando de esta manera el papel de los glaciares en la imaginación y la conciencia colectiva.
Hoy, ante la retirada acentuada de los glaciares, se cree necesario retomar el trabajo colaborativo entre artistas y científicos para poder comunicar y sensibilizar a la población de las transformaciones que han tenido los paisajes fríos del planeta en los últimos años. Quizás, y tal como ocurrió en el pasado, el trabajo mancomunado entre el arte y la ciencia vuelva a generar un impacto social y político referente a la concepción de los hielos y sus paisajes.
Fuentes:
- Knight, P. (2004). Glaciers: art and history, science and uncertainty. Interdisciplinary
- Science Reviews, 29(4), 385–393. Link
- Matilsky, B. (2013). Vanishing Ice: Alpine and Polar Landscapes in Art, 1775-2012.
- Supporting Earth Observing Science 2003. Bellingham, Washington: Whalcom Museum.
- Retrieved from Link
- Nussbaumer, S. U., Zumbühl, H. J., & Steiner, D. (2007). Fluctuations of the “Mer de Glace” (Mont Blanc area, France) AD 1500–2050: an interdisciplinary approach using new historical data and neural network simulations. (M. Khun, Ed.).
- Knight, P.G. (2019). Glacier. Nature and Culture. Earth series, Reaktion Books, London.
- Ubicación: Glaciar Grindelwald, Suiza. Link
Muy buen artículo
El arte y la fotografía serán piezas claves cuando veamos la historia de nuestros glaciares.